lunes, 1 de marzo de 2010

Sueños de un jaulero


David Amador

Sueños de un Jaulero. Me imagino que todos los tendremos similares, pues el día a día en compañía de nuestros Reclamos, el vivir este Arte de celo permanente nos hace cómplices en ilusiones y fantasías.

Sirva el breve preámbulo, como aquél que un día leí hace mucho tiempo en un libro, creo que casi todos lo tenemos en alguna estantería de nuestro hogar, pues es de lectura amena, me refiero a «Memorias de un Reclamo», de Juan Vázquez del Río.

En alguna ocasión conté que soy muy dado a soñar, y quisiera haceros partícipes de uno de estos sueños. Pues me pareció tan real, que aún cuando lo recuerdo se me erizan los vellos de los brazos y este sentir, entiendo debe ser compartido.

Todo comienza cuando estando “Marchena” —que así se llama el protagonista— ya preparado y sin sayuela puesta, en la púa, mampostero, pincho, trono o pulpitillo, que por tantas denominaciones se conoce el lugar donde el Reclamo Caza. Le colocaba, a la vez que le susurraba palabras de aliento o arenga, una pequeña ramita de encina en el arillo de su jaula. Mientras éste, más que atento a mis palabras, oía el cante del campo que ya, a eso de las cuatro, se dejaba oír con muestras guerreras.

La Plaza era ideal, pequeñas matas esparcidas que parecía que un pintor había colocado estratégicamente para convertirla en perfecta, no había piedras que pudieran ante un disparo provocar rebote mortífero. Rodeaba esta Plaza matones de jara y era la principal, el lugar donde iba a quedar emplazado mi compañero, un par de encinas más alejadas, serían testigo también de aquél sueño.

El puesto o aguardo se encontraba emplazado a unos veinticinco pasos del mampostero, cubierto por matas de jara y a la espalda de éste un gran peñasco. La tronera por bajo de la plaza para que el disparo fuese de abajo hacia arriba, y la superpuesta apoyada en la muletilla, inerte.

En los sueños, la mayoría de las veces sale todo perfecto, pues como os contaba poniéndole la ramita, Marchena comenzó a dar de pie flojito, tuve que pedirle, que esperara un poco y me dejara encerrarme en el aguardo. No había terminado de cerrar el lateral del portátil, cuando ya de cañón o reclamos desafiaba a todo aquél que osaba dudar de su valía.

El primer macho cantaba por alto de un cerrito que distaba unos doscientos metros tras él, ya pasado y camino de la dormida. Por lo que, por mucho que le cambiaba el cante Marchena, me hacía dudar de que le hiciera bajar, pues hay que ser un maestro para deshacer lo andado al campo camino de su dormida.

A la derecha del puesto, un macho sin mediar cante, comienza a dar de pie y otro macho bronco y hondo de reclamo viejo tras la peña que cubría la espalda del puesto, una pájara a la izquierda se prodigaba en el cante. Rodeado pues ya mezclados todos los cantes, el recibo casi inaudible de mi Pájaro al techo de su jaula, solicitaba la entrada a la pelea y sus piñones como adelanto a las pájaras del amante que les aguardaba…

En los sueños el tiempo pasa muy deprisa y así pues, entró la primera pájara, que al entrar contorneaba su cuerpo, picaba el suelo e incluso se atrevió a bajarle un poco el ala. Debía ser del macho que a mi derecha no se atrevía a moverse, no más de un par de minutos y cuando completamente seguro estaba, llegó su fin. El entierro vino a continuación, sin llegar a notar siquiera el disparo no rompió por alto, pues como si de una estatua se tratara la única diferencia con ella era la de mover el gorgojo.

Poco tiempo después, no sabría decir cuánto, esa actitud envalentonó al macho, que como un toro hizo entrada en plaza buscando vengar la ofensa. Tiró el pico al suelo de la jaula, el tiempo suficiente como para contemplar como aquél quería hacerle bajar de la atalaya, pero no le di opción y descargué la superpuesta.

Mientras todo ocurría el cantar del Campo no cesaba, tan sólo callaban con los estruendos y volvían a continuación a la carga. Allí estaba Marchena que hizo honor a su nombre, pues es de tierra de buen cante y por ello, de grandes maestros del Arte.

El sueño no había acabado, pues después de responsos, se enganchó con aquél gallardo macho que desde el cerrito cantaba, la carga de adrenalina debía tenerla en su momento álgido, máxime cuando por la derecha veo venir una collera y entrar en plaza buscándolo.

No se descompuso un solo instante, pues al percatarse de la presencia de ésta, pasó a un titear suave acompasado de inaudible dar de pie, señal inequívoca que su interés era la hembra, el macho de la pretendida la picaba para llevársela, pero no consiguió más que el interés fuese a más por parte de mi Reclamo. Tiraba de ella y ésta no pretendía más que a Marchena que embelesada picaba sumisa alguna hierva jugosa.

Sorprendentemente la prueba iba a más, pues al tratarse de un maravilloso sueño no podía ser de otra manera, mi Reclamo volvió la espalda y continuó con el macho del cerrito, tan seguro estaba de su conquista para él ya lograda, que quizás por el rabillo del ojo vio que su pretendida se iba de la plaza, detrás de aquél con el que antes campeaba y que desesperado la llamaba.

Estaba subido a una piedra a la izquierda a unos seis o siete metros de distancia. Marchena se giró, aguileó para callar al campo y recibirla de nuevo, ya no podía dejarla más y acabé con ella. El funeral fue breve, tanto que ni el campero notó el disparo, pues no se movió del sitio y Marchena continuó con su objetivo del cerrito…

Otro protagonista del sueño, era aquél viejo macho que con un reclamo acompasado, seco y poderoso, había mostrado su presencia al comienzo de este relato y que por debajo nuestra cantaba cada cierto tiempo, quizás se sentía sobrado y confiado de sus espuelas. Silenciaba con su voz poderosa a todos los allí presentes, bueno a todos no, pues Marchena se giraba y retaba cada vez que se mostraba.

Sentir de volar la collera del cerrito, y verla venir hacia abajo planeando y buscando la Plaza fue un gran logro, pues de excepciones se confirman las reglas. El trabajo duro ya estaba hecho, y más cuando otra vez ella, la enamorada, hizo una entrada soberbia y tras de sí un machaco de tres ó cuatro celos que ofendido le habían hecho desandar lo andado. Entonces recordé tantos relatos oídos y sanamente envidiados, de miuras de alas a rastra levantando polvo del suelo…

Estaba viviendo un sueño. El viudo al verlos entrar buscando guerra, se bajó de la piedra que por allí aun andaba e hizo lo que todos los que con poca sangre suelen hacer, quitarse de en medio, pues no pintaba bien la cosa.

Marchena de vuelta al techo de la jaula entremezclando los recibos con el campo… no sé cuánto tiempo pasó y la de vueltas que ambos dieron al matón, di descanso eterno a la pájara y unos minutos después al comprometido macho. Mantel y mesa puesta, parecía querer decir Marchena. No cabe mayor y mejor entierro que el allí escuchado.

Lejos de que el trajín de disparos, enmudezca el campo parecía revivirlo y mi Reclamo, daba la sensación de trasmitir que para él comenzaba el puesto. El sueño me deparaba nueva sorpresa, como de improviso a mi izquierda encima de un peñón, un reclamo de cañón hondo y sostenido, como si del cielo hubiese bajado el viejo macho, vino a poner en su sitio a aquél extraño que perturbaba la paz de su reino.

Impresionante ver un macho con ese porte, dos pájaras le acompañaban una más cercana y otra más sumisa que coqueteaba como ausente. Otra vez en recibo Marchena, lejos de provocarle el menor temor se subía y mostraba bravuconería al señor del territorio, que sobre el peñón impasible y superior, parecía advertirle que de continuar bajaría a ajustarle cuentas.

El tiempo no se puede contar en un sueño, lo que si recuerdo es que en un instante, mi Pájaro estaba con el pico al suelo de la jaula, le bajó el recibo, y el machaco por detrás del peñón salió engallado para batirse con él, vueltas y más vueltas pausadas… mientras yo ya quería despertar, deseaba no tener cartuchos, que le amagara el valor a aquél pájaro y se marchara del lugar, un brillo que delatara mi presencia… los sueños son caprichosos y hasta en ellos, los Reclamos se estropean por no cuajarles la faena.

Apunté y un susurro al disparar se escapó de entre mis labios con el estruendo, «lo siento».Hay pájaros que no cortan al tiro y éste es uno de ellos, las dos pájaras no se volaron estaban muy próximas a la Plaza, una de ellas entró curiosa buscando a su macho… ¡Hay que despertar!, pues de no ser así Marchena hubiese seguido despachándolas, comencé a dar gracias, suave para no causar espantadas y revoladas… vosotros sabéis cómo hay que hacerlo.

Este sueño está dedicado a todos los Jauleros, a ésos que han sentido el pellizco que se coge a la garganta cuando se viven los sueños.

David L. Amador Fontalva

Asociación Nacional de Cazadores de Perdiz con Reclamo

sábado, 27 de febrero de 2010

"Escurrío",un sueño


Makis

Postrimerías de la veda, una de las pocas tardes agradables que tuvimos después del temporal de agua, viento y frío que padecimos este año, cuelgo a «Don Escurrío» en un cerrete, justamente en la linde de un trigo bastante grandecete, son casi las cinco de la tarde, pues ya los días se alargan y no es conveniente colgar tan temprano.

Lo cuelgo y me despido de él como siempre, con unas pitas con los dedos, a lo que él me responde con unos picotazos suaves, del que sabe a lo que va, para acto seguido empezar con un cuchichío bajito en espera de que yo llegue al interior del aguardo; una vez dentro de éste, ya lo siento «por alto» buscando y pregonando a los cuatro vientos que hay un nuevo sheriff en el lugar.

El pájaro alterna su repertorio con algunas paradas cortas, con el fin de intentar oír al campo, pero sin obtener respuestas, ya que parece que las perdices están apáticas, quizás debido al calor un poco pegajoso de hoy ayudado por la humedad de las últimas lluvias.

Cuando lleva unos 45 minutos enfrascado y deleitándome con su canto, se escucha una pájara a unos 200 metros a mi derecha, a lo que él responde emitiendo un rinrineo y dando un par de bulanas «que no cabía ni en la jaula».

Seguidamente empieza de recibo suave y le contesta un macho de voz ronca, que sitúo muy cerca de donde está la pájara, se tira un buen rato enzarzado con el macho y de vez en cuando con la hembra y aprecio por los sonidos que se acercan, aunque yo no puedo verlos.

Escurrío se pone como una estatua y en un recibo «gorgojero» que es una delicia contemplarlo.

Por fin acierto a verlos, pero prácticamente cuando hacen su aparición en las cercanías de la plaza, y cual es mi sorpresa cuando veo que se trata de un machaco acompañado de dos pájaras, las cuales venían bastante buenas, pero su hasta ahora dueño no quería pelea, sino que todo su afán era llevarse sus hembras, para lo cual no duda en embestirles a una y otra con el ala a rastras en su afán de apartarlas de aquel galán que amenaza dejarlo sin harén.

Pero el galán sabe lo que hace y le da sus arrumacos tanto a una como a otra, ante la desesperación del Sultán que, cuando saca a una de la plaza, la otra ya la tiene otra vez dentro, y así varias veces a cada una, haciéndome disfrutar de uno de los puestos más bonitos de este año.Escurrío, como buen caballero, a lo suyo, teniendo cameladas perfectamente a las dos concubinas que están rendidas a su encantos.

El macho, harto de corretear, emite una fuerte riña y se aleja del pulpitillo queriendo llevarse a sus pájaras. Éstas, en vez de hacerle caso, se ponen una casi debajo del trono que encumbra a su nuevo rey y la otra un poco por detrás.

Mientras Escurrío atendía las dos al unísono, se ponen las dos en línea y decido tirar la carambola, con la particularidad de que la de atrás se queda seca y la que estaba delante, prácticamente en el pulpitillo, sale dando varios botes y se muere unos tres o cuatro metros delante de él, las cosas de las carambolas.

A lo que mi pájaro respondió con un no cortar el tiro y un embelesado entierro, que no subió de tono hasta que el destronado Sultán, que no había volado y se encontraba a pocos metros de allí, hiciera su entrada en plaza como un obús.Y ahora, pues lo esperado: echaron los dos una pelea de más de 15 minutos tras lo cual, y después de tener al nuevo rey totalmente borracho y embebido en la lucha, decidí acabar honrosamente con «el moro caído» y se lo abatí seco un metro delante de su vencedor, a lo que éste correspondió con un entierro de los de quitar la respiración, con el consiguiente «orgasmo» del allí espectador.

Dejé transcurrir unos minutos y procedí a quitarlo, pues los dos habíamos disfrutado de una faena de categoría, y no necesitábamos más, aunque sé que de querer él hubiera seguido lo que hubiera hecho falta.

Gracias compañero. ¡Eres grande! Y tú y yo lo sabemos.

Dedicado por mi parte a todos los compañeros en general y en particular a Benja, para que levante el ánimo. Me dice Escurrío muy bajito en el oído que de la suya, cómo no, a Tibi y a su Hermano del Alma «Marchena».

Un abrazo a todos

Enrique

Makis. Abril de 2009

MI primer puesto como reclamo de perdiz



3jijiji

Amigos Reclamos punteros de esta Plaza, con vuestro permiso y sin ponerme muy pesado, os relataré mi primer puesto como Pájaro de Reclamo de perdiz. Ya han hablado de mí anteriormente en esta plaza, con lo que voy a omitir las presentaciones y procedencia.


Bien, después de mucho tiempo esperando a que llegara ese gran día para mí, al final este pasado Domingo 25.01.09, llegó y pude tomar la alternativa, y aunque no fue del todo mal, podía haber terminado mejor.


Como ya sabéis todos, este fin de semana no ha sido como para tirar cohetes, por el temporal de fuertes vientos que teníamos en toda la península, pero a pesar de todo y con todas las adversidades habidas y por haber, que ya las contará mi fiel compañero de fatigas, si tiene tiempo y ganas, el viento dio un respiro y a las 09.00 h. del domingo estaba en mi tanto.


Uf, menos mal, no había dormido en toda la noche, no hacía nada más que mirar por mi piquera (al tener la sayuela puesta era el único sitio por donde podía ver algo) y observar el tiempo, mirando el cielo.


Por fin, a las 06.30 de la mañana, llega mi amigo Cuquillero a la terraza y me dice, 3jijiji, prepárate que nos vamos, pero no te aseguro que podamos hacer el puesto, ya que con los destrozos del temporal y con el incendio de ayer que se quemó la parte norte del coto, dejando inservibles ocho o diez Barracas (puestos) no sé como estará la cosa, así que pasaremos por el bar a donde nos reunimos los cazadores y tomaremos la decisión de lo que vamos hacer.


Y así lo hicimos. Al llegar al bar, mis compañeros y yo nos quedamos en el maletero del coche, como es lógico, aunque unos “cañamones” en la barra del “Kiosco” (nombre del bar) no hubiera estado mal para ir reponiendo fuerzas y entrar en calor. En el maletero, estuvimos casi una hora y con los nervios que teníamos todos no se escuchaba ni un “pío”, lo más, algunos ruidillos producidos por el roce de los picos en los alambres de las jaulas.


El tiempo de espera se hacía interminable. Siento abrir la puerta del bar y escuchaba, venga vamos, que se nos hace tarde, Joaquín tú te vas a la barraca “damun ca Toni”, me dije, ya está, ¡a cazar!, en eso que se abre la puerta del coche, arranca el motor, y hacia el campo, me invadió una alegría en el cuerpo que ahora mismo soy incapaz de describirla, pero ya os la podéis imaginar.


Llegamos al lugar indicado, me sacan del coche, me colocan el esterillo, sayuela y ganchos y a las espaldas de mi instructor, que con escopeta en mano, empieza a subir una cuesta de poco más de cuatrocientos metros, llegamos al sitio, me coloca en el suelo y siento decir, ¡que desastre!, si esto está todo medio destrozado, me quedo un rato en el suelo mientras escucho los ruidos que mi amo hacía al reformar el tanto y barraca con tallos de romeros y ramas de pino.


Una vez terminada la reforma, me coloca en el tanto, me quita la sayuela y en ese instante echo un vistazo al cazadero y veo unas vistas preciosas, se observaba todo el valle, con el mar al fondo, me dije, menudas oídas tiene este lugar.


Me hace mi cuidador unos “pitos” con los dedos y me dice, “bonico”, ya estas aquí, a ver qué sabes hacer, yo con la alegría que tenía, muevo mi “gargota” e intento dar unas reclamaillas de agradecimiento que apenas se oían, no me salía la voz del pecho, mi Cuquillero se da media vuelta y se marcha a la barraca, cuando está a medio camino, carraspeo y le doy dos reclamadas fuertes con sus correspondientes toques de salida, creo recordar que me salieron unos siete u ocho toques en cada reclamada, se da media vuelta y me mira sonriendo, con cara de satisfacción, y procede su camino hacia la barraca, antes de darme cuenta desaparece y me quedo solo ante el peligro.


Respiré hondo, me armé de valor y me dije, a empezar la faena, salgo con unos reclamos por alto, repitiéndolos por ambos lados del tanto, a mi derecha, a mi izquierda y al frente, espero unos instantes, escucho y observo, no se oye nada, vuelvo a repetir lo anterior, pero ahora acompañando las reclamadas con unas “pitas” al final y más fuertes, y lo mismo, espero y observo, ahora sí, me responde el campo por debajo de la ladera y por mi derecha, ambos cantes se escucharon bastante lejos, me dije, esto se anima, y repito mis reclamadas con mis “pitas” aun mas fuertes que anteriormente, parecía como que el monte se desgarraba, y así repetimos unas cuantas de veces, tanto las camperas como yo, hasta que somos interrumpidos por un hidroavión que transportaba agua a sofocar los últimos rescoldos del incendio de la noche anterior, al pasar el ruido, salgo con otras reclamadas y me contesta con ganas de guerra el “macharraco” que se oía a mi derecha, me dije, sí, ahora veras, me lío a dar de pie y al poco tiempo veo cómo que cada vez se oía mas cerca, pienso, amigo ya vienes, efectivamente, al poco tiempo lo tengo detrás de un embrozado de matorral y pinos que hay por la parte de arriba del tanto, con difícil acceso y nula visibilidad, se hace fuerte en ese lugar y no hay manera de hacerlo mover, pasada una media hora, de intensa pelea dialéctica, me dije, cambio de repertorio o a ese “bicharraco” no hay quien lo saque de ahí, a estas alturas los hidroaviones que no paraban de pasar, ya ni los oíamos, así que en uno de los momentos en los que me está retando, le mando callar “grouu, grouuu”, no le sienta bien, y continúa retándome, le repito la acción un par de veces más, y nada no se mueve, me dije, sí, ya veras ahora, le hago el “águila”, “groorrrrrr”, y dicho y hecho, cae como una peonza, “de vuelo” a la parte de debajo de un margen, linde o ribazo, como queráis llamarlo, que hay por debajo del “tanto”, ya esta, nos quedamos mirando y empezamos los dos, curirii, cuririii, curirii, y acto seguido sale como un miura al ribazo arriba, con el ala arrastra y dando zancadas, saltando por encima de unas matas de tomillo, hasta llegar al tanto, dándole un par de vueltas sin parar, parecía que estaba loco, hasta que se tranquilizó un poquito y se quedó al pie del tanto con la cabeza hacia arriba y mirándome, a mí, parecía que el corazón me iba a estallar, con lo que empiezo a querer comérmelo y a salir entre los alambres de la jaula, hasta que reaccioné y me dije ehh, tranquilo, miro hacía la tronera y veo que hay dos “ojos negros” preparados para ayudarme a que el “miura” rinda cuentas en mis pies, pero algo me dice que las cosas no van bien, caigo en el detalle, y empiezo, curirii, curirii, curirii, con esto solo faltaba que saliera de los pies del tanto a un metro de distancia, para que pudiera verlo bien y recrearme en su entierro.


Peero, mi gozo en un pozo. Veo que pasa una sombra por la plaza y le grito a mi adversario, ¡peligro, peligro!, sale corriendo y se embroza en unas matillas de maleza que había a unos tres o cuatro metros del tanto y yo me meto en el culo de jaula y no me muevo, y veo por el rabillo del ojo como un gavilan se para en la copa de un pino que hay en la ladera próxima al tanto y acto seguido levanta el vuelo, con lo que mi adversario, al verlo volar, le entró un terrible pánico y salió “pichoooooooo”, por alas, me quedé “atontao”, ya no sé si fue por el susto o por la rabia que me dio, pero no volví abrir el pico hasta pasado unos veinte minutos, pero es que no es para menos, che, después de una hora, ya eran las 09.55 h. de un intenso trabajo, que me pase esto, pues menudo cabreo, no es justo.


Bueno, después de lo contado, poco más que decir, solo que después de eso, y con el ruido que hizo mi contrincante al pirrearse, el campo se calló y hasta pasados esos veinte minutos en los que no abrí pico, no se escuchó ni una pitada, así que transcurrido ese tiempo salí con unas reclamadas, repitiéndolas unas cuantas de veces y con alguna corta sesión de dar de pie, con las que el campo no mostraba gran interés en enfrentamientos directos, dimos por finalizado el puesto a las 10.45 h. ya que se levantó el viento y había poco que hacer.


Otra vez será.


Un abrazo


3jijiji


Pd. Le dedico este puesto a todos los reclamos punteros de esta plaza y en especial a mi anterior dueño, conocido con el nick de Miguel .D. G.


Joaquin_

Carta de miguero a 3jijiji...


Miguel Ángel Díaz

Ya sabemos todos que en esta pasión nuestra, son los reclamos quienes mandan, así que vengo a obedecer las órdenes de Miguero (antes Nº 2) tras leerle lo relatado por su hermano, y procedo a contestar a 3jijiji…

Querido hermano:

No sabes la alegría de recibir noticias tuyas. Por aquí todo va bien gracias a Dios.

No puedo ni quiero aconsejarte en esto de estar en el tanto, porque tú sabes hacer las cosas como nadie, y no me he visto en el desagradable caso de tener tan cerca una rapaz como tú lo cuentas. Espero que la próxima vez puedas culminar el lance haciendo entierro, responso y funerales como mandan los cánones.

Yo también salí al campo el domingo pasado, aunque no fue la primera vez que lo hice, ya que mi amo me sacó dos semanas antes y menudo mareo en el coche en mi primer viaje. Menos mal que en esta ocasión ya sabía adonde iba y me consolaba pensando en estar contemplando jaras, encinas y tomillos de esta tierra extremeña.

Estuve toda la noche anterior casi sin poder dormir, ya que a mi amo se le olvidó apagar la luz de nuestro cuarto, con lo que estuve picoteando del comedero cañamones, trufas y demás cosillas que me encantan. A eso de las 7 de la mañana apareció Miguel D.G vestido con mucha ropa. No me extrañé porque toda la noche estuve escuchando el viento y cómo caía el agua de lluvia sobre el tejado del porche del patio.

Vi que ensayueló a Carusso, a Suave y a Krauss, y pensé que me dejaba en tierra, pero… ¡qué alegría cuando vi que se acercaba con sentón y sayuela!

Sentí cómo me entraba en el coche, y al igual que te pasó a ti, noté la parada en el bar. En este caso mi amo no iba solo, sino que le acompañaba Jorge, su sobrino y mi co-amo, que a veces me llena el comedero. Sé que se hartaron de churros en el bar, porque los eructos que daban camino a la finca Boverías eran de escándalo.

Al llegar se entraron en el cortijo y encendieron la chimenea, y sé que estuvieron dudando si hacer el aguardo o no, porque, aparte del agua que caía, el viento era huracanado, pero al igual que a mí, a mi amo le gusta más que el campo que a un tonto un lápiz, así que a eso de las 9 noté los vaivenes del camino bajando hasta el arroyo del pozo.

Después de la caminata en las espaldas de Miguel, llegamos al sitio de caza, en donde no hacía demasiado aire, y es que mi dueño es de los que piensan que si a él no le da el aire, a las perdices tampoco.

Poco tiempo tardó en colocarle en el chuzo y destaparme. Me recibió con unas pitas de dedos y me picó una bellota en la alfombrilla, cosa que agradecí porque son mi delirio. Se dio la vuelta y le llamé con un par de embuchaos, pero él siguió caminando hasta volverse y quedarse mirando. Poco a poco se fue agachando hasta que desapareció dentro del tollo, por cuya tronera también asomaron dos ojos negros como los que tú describes.

Salí por lo bajini, y poco a poco fui subiendo tono y volumen, hasta descargar en el vallejo mi voz reclamando compañía. A los diez minutos, y a pesar de haber empezado a caer agua para llenar millones de bebederos, me contestó un fulano que estaba allá por la pared que separa el barbecho del olivar. Yo seguí cantando hasta que sentí que el fulano me desafiaba con curicheos, dándome de pie a contestarle de la misma forma y rematando con pitos y piñones agudos y metálicos.

Y más agua que caía…

Tardó casi un cuarto de hora en asomar el gañote por entre las piedras de la pared, y cuando lo vi…

Empecé a dar vueltas en la jaula buscando un hueco por donde salir, porque el fulano ese me estaba retando, y llegó a insultarme, ¡y a mí no hay quien me tosa!

A todo esto, mi amo sin dar señales de vida, y yo deseando que estuviera allí para que viera la casta y el nervio que tengo.

El fulano se acercó un poco y se subió a un terrón mojado. Allí volvió a meterse conmigo, pero yo le mandé callar como tú hacías conmigo —que gracias a eso aprendí…—. Él no se lo pensó, se bajó del terrón y se vino flechaíto hacia el tanto. Yo me escudé esperando que llegara para darle un buen espolonazo, pero antes de estar a mi alcance, se paró y se puso con un hombro levantado y el otro casi caído. Vi que me estaba arrastrando el ala. ¡A mí! ¡Arrastrarme el ala a mí! ¿Habráse visto?

Me di otra vuelta en la jaula, pero seguía sin encontrar la falta de un alambre para salir a comerme al fulano, así que me tranquilicé y pensé que si yo no soy capaz de salir, él tampoco lo es de entrar. Entonces empecé a recibirlo muy bajito, tanto que ni yo mismo me oía con el ruido del agua que estaba cayendo, porque te he dicho que estaba lloviendo, ¿no?

Las hojas de encinas y eucaliptos también sonaban movidas por el aire, así que tampoco ayudaba a poder oír la conversación claramente, pero estoy seguro que el fulano se estaba metiendo conmigo…

Me dio tres o cuatro vueltas al repostero, y de repente…

Sonó… ¿cómo te lo diría yo? Como un trueno, pero mil veces más fuerte. Era tan fuerte que me asusté y me quedé quietecito. De reojo vi que el fulano no se movía. Estaba patas arriba y se estaba mojando de lo lindo toda la panza.

¿Qué ha pasado? No me he enterado de nada. Volví a pensar que yo, dentro de la jaula, estaba seguro, así que me estiré y volví a llamarle bajito, dándole un de pié suave y cadencioso, pero el tío no se movía.

Me di cuenta que por otro lado sonaba otro tío, pero… que quieres que te diga. Con el agua que caía no me apetecía seguir peleándome con nadie, así que me quedé quieto mirando y contemplando el campo.

Al poco tiempo, mis amos —porque estaban los dos dentro del tollo— salieron y empezaron a recoger bártulos. Se me acercó Miguel y me piteó los dedos. Me puso la sayuela y otra vez a la espalda.

Ya en el cortijo, me sacaron del coche y me colgaron en la pared, supongo que para que entrara en calor y me secara un poco, porque estaba hecho una sopa.

Miguel se puso a hacer unas migas para comer, y llegaron otros compañeros de él que al verme le preguntaron que qué hacía yo dentro del cortijo, a lo que mi amo contestó que me estaba enseñando a hacer migas.

—Entonces éste va a ser miguero, ¿no? —preguntó con sarna Juan José, alias El Portu.

—Tú lo has dicho, Portu.

Ya ves las tonterías que tiene mi amo, que me ha puesto de nombre Miguero.

Bueno, hermano, espero que te diviertas este primer celo que tenemos, y que con el tiempo, me vayas contando tus correrías por esos campos levantinos.

A espera de tus noticias, recibe un abrazo de éste que lo es.

Tu hermano.

Miguero

jueves, 25 de febrero de 2010

Gracias gavilan


Makis

Tarde de mediados de febrero, ya agotando los escasos días que quedan de la veda en la campiña sevillana, la tarde no está agradable porque sopla un airecito solano que de flojo no tiene nada, pero a las alturas que estamos y después de tantos días de lluvia y frío, comparando el «Solano» es casi jamón de patanegra, y además confiemos que su tendencia natural a echarse al atardecer se cumpla.

Pues bien, subo a mi jaulero y tras observar un rato a mis «granujas», dudo entre llevarme a «Escurrio» o al «Chico», pues son dos pájaros de tres celos que este año se están portando muy adecuadamente para su edad, por lo que los dos me tienen bien contentos y sé que cumplirán sin problemas.

Pero me queda la duda de que el aire esta fuertecito, y al «Chico» sé por experiencia que no le hacen demasiada gracia los días de aire, eso de que se meneen las ramas de los olivos y le golpeteen la jaula, pues como que no.Pero su aspecto «encocado» y su mirada roja y soñolienta me hicieron decantarme por él, además de que su compañero lo había sacado la tarde anterior, dando un puesto de tres horas en el que pude tirarle un par de machos con los cuales disfrute un buen rato.

En eso llego al cazadero, que está compuesto por un olivar cortado en medio de tierras de calma, pero situados en una zona baja, como casi toda la campiña, pero ésta aun más pues a escasos quinientos metros sigue su curso el río, por lo que podemos decir que estamos en la cota más baja del lugar.

Precisamente esta situación hace que en la zona los pájaros sean fríos, por lo que no es recomendable «colgar» hasta últimos de veda, con el fin de que los pájaros estén algo mas calientes.Procedo a hacer el puesto en el filo del olivar que linda con un trigo de escasos diez centímetros de altura, con lo que la visibilidad es bastante buena, la jaula en el mismo filo debajo de un olivo y yo un par de olivos hacia el interior.

Tuve especial cuidado al hacer el «trono» de que las ramas colgantes del olivo no rozaran la jaula, ya que sabia que al que iba a ser su ocupante, esto no le hacia ni «mijita» de gracia.

Procedí a colocarlo y tras recibir sus picotazos en mis dedos a forma de saludo, me dirigí hacia el puesto, todavía no había llegado hasta el aguardo y ya lo siento con pitas y un suave cuchichío que nada mas sentarme se convirtió en un armonioso reclamo de doce golpes, silencio, y otro reclamo éste de catorce golpes (este pájaro los reclamos son de muchos golpes le he llegado a oír alguno de 19 golpes) ya con mas genio haciéndose notar, llevaría unos 25 minutos enfrascado trabajando y sin haberse escuchado nada del campo, cuando veo que se rifa, da un rondo de bulanas, y sale recibiendo suave y acompasadamente, a lo que me digo ¡ya esta viendo los pájaros!, miro y efectivamente a unos cien metros a su derecha, dentro del olivar veo una collera comiendo y picoteando, ¡pero con una pinta de estar malísimos y no querer nada, uf, que tira patrás…!, lo que era de esperar por las características de la zona, ni siquiera se han dignado a echar un reclamito de presentación.

Mi «Chico» sale trabajando como él sabe, la collera anda muy despacito buscando refugio en los olivos de la misma «jilá» en la que él se encontraba, pero llegados a dos olivos de él y tras un «golpe de ala» del macho a su hembra, dejaron el abrigo de los olivos y se salieron al incipiente trigo alejándose del reclamo, inmunes a cualquier intento de dialogo por parte de este con el fin de que no se alejaran, aunque para ello el macho tuvo que animar a su hembra a seguirlo, mediante «pechazos» que le arreó en un par de ocasiones, ya que esta se paraba de vez en cuando, prestándole atención al galán que con sus piropos le rogaba que no se fuera.

Se fueron alejando, y cuando estaban a unos 250 metros de mi emplazamiento, «Chico» manifestó su disgusto con unos breves momentos de briega delatadora de su abundante sangre, tras lo cual procedió a salir por alto, buscando quizás a una pajarilla que se había limitado a echar un reclamillo pero muy, muy lejos de allí.

Mientras, de vez en cuando, desde el interior del aguardo, mi mirada se dirigía buscando algún indicio de aquella hembrilla que no había vuelto a cantar, tropezando al recorrer el llano de trigo con la «collera huidiza», que comisqueaban tranquilamente a unos 300 metros de nosotros, ignorándonos completamente.

Pues trascurrido un buen rato, y apoderándose de mí la idea, cada vez más creciente, de que los lances de esta tarde habían terminado, ya que mi pájaro llevaba ya un gran rato trabajando con sus paradas de rigor, y ni él ni yo habíamos escuchado algo que nos hiciera concebir esperanzas de que algún rival quisiera algo de reto con nosotros, ni tan siquiera la collera del trigo se había dignado a contestarnos algo aunque fuera de lejos.

Y es entonces que mirando hacia el trigo, aproximadamente por donde debería andar la collera, veo un pájaro correr más de treinta metros hasta que se me perdió con el olivo de enfrente, pero correr como no he visto en mi vida correr un pájaro, con una velocidad fuera de lo normal, y sin arrancar de vuelo, tal como lo perdí de vista en el olivo a los pocos segundos lo veo aparecer otra vez desandando lo andado anteriormente, y si cabe a más velocidad.

En ese instante, en esa fracción de segundo que empapa mi retina, veo una fugaz sombra casi encima del pájaro, y éste por fin rompe su infernal carrera en estruendoso y endiablado vuelo, burlando por escasos centímetros la «tarascá» que le había arreado un pequeño gavilán que volaba casi a ras de suelo, luchando con el fuerte aire que le empujaba en contra, cosa que creo fue lo que le impidió lograr su objetivo, que no era otro que atrapar con sus garras aquel pájaro que corría despavorido, tras el cual partió raudo otra vez, saliéndose de mi campo visual y dejándome sin saber el resultado del bonito e inesperado lance que había podido admirar, atónito por su belleza y brevedad.

Sólo el «Solano» se atrevía a romper el silencio que se había apoderado de todo, al fin salgo de mi fugaz sorpresa y atino a mirar mi pájaro, éste se encuentra un poco encorvado, pero sin llegar a «aplastarse» y transcurridos un par de minutos (que parecen horas), se va enderezando y sale con su cante, pero un cante flojo como con miedo, aunque su postura erguida en la jaula me dice todo lo contrario.

Miro inconscientemente a la zona del desarrollo del lance vivido minutos antes, y en mi paseo visual detecto algo que me hace volver la mirada, mientras, mi pájaro esta con un «dar de pie» suave y cadencioso, siento escocer los ojos de tanto repasar y repasar el trigo, de pronto descubro un bultito entre el trigo a unos cien metros, y mis pensamientos me dicen: ¡es la cabeza de un perdigón!, y como para confirmarlo parece que me oye, y poco a poco se endereza, y una vez estirado emite un canto atropellado que me hace identificarla como una hembra, a lo que mi pájaro tras dar un par de bulanas en las que casi «quema el esterillo», procedió a entablar conversación con la recién aparecida, ésta emite sus cantes con desesperación y en vez de acercarse a mi pájaro procede a alejarse cantando sin cesar, lo que me llevó a pensar que era la hembra de la collera, que en su intento de escapar del «gavilán» y ya que éste había decantado sus preferencias alimenticias hacia el macho, había permanecido totalmente «aplastada» consiguiendo burlar al predador.

Ahora en estos momentos sus cantos y su deambular iban encaminados a intentar localizar a ese macho cuya suerte todos desconocíamos, pero que no pintaba nada bien tras lo visto.

Justo cuando se encontraba a unos 150 metros de la jaula y sin hacer aparente caso a la misma, de pronto cambió de dirección, encaminándose perezosamente hacia el pulpitillo, sin dejar de emitir su estridente canto, lo que hacía que el galán se moviera un poco más de lo aconsejable, pero sin llegar a briega.

Cuando se encontraba a unos veinte metros de la jaula, la pájara se detuvo y lanzo un par de reclamos, más desesperados y agónicos que los anteriores si cabe, a la par que retrocedía sobre sus pasos unos metros, en un ultimo intento de dar con su macho, mi «Chico» al ver que su trabajada conquista cambiaba de opinión, respondió con un imperioso «regaño» mandándola callar, seguido de un dulce y meloso «cuchichío» que cambió por un suave «titeo» que terminó por hacer que la pajarilla corriera al refugio del olivo en que se encontraba, terminando a un metro por delante de él picoteando el suelo tranquilamente.

Tras dejarlo disfrutar unos momentos de la conquista realizada, y una vez la tenía a medio metro a sus pies, procedí a finalizar el lance, tronó un disparo sordo que trajo al fin el silencio, ya que el pertinaz «solano» se había ido convirtiendo en casi inexistente brisa, dicho silencio fue poco a poco sustituido por un suave «dar de pie» de mi reclamo, inaudible en los primeros instantes aunque en ningún momento su gorgoja hubiera dejado de trabajar, despidiendo a su rendida conquista que yacía bajo sus pies.

No había llegado a subirse en sus cantos, cuando siento un enorme e inquietante Ra,Ra,Ra… que se acercaba tan rápidamente que cuando me pude dar cuenta lo tenía en medio de la plaza, el dueño de tan sonora riña no era otro que el macho huido del «gavilán», que en su escapada debió de alejarse bastante, o bien permaneció largo tiempo oculto y callado con temor, tras lo cual y guiado por los cantes de su hembra se había dirigido a su encuentro, pero para su desgracia el tiempo no jugó a su favor.

Mi reclamo, tras unos instantes de sorpresa, respondió con un fuerte y desafiante «regaño», que se intercambiaron ambos, saliendo el mío con cuchichíos, siendo contestados por el campero que se encontraba erguido delante de él.

De pronto el campero se topa con su hembra a la que venía buscando con desesperación, y tras emitir de nuevo un par de «ra,ra…» la emprendió a picotazos con ella, y no contento con ello le dio dos espolonazos en la cabeza como queriendo castigarla por su infidelidad, se dirigió a la jaula y le dio una vuelta con un par de intentos de montarse en ella, cosa que no conseguía, en su vuelta se tropezó otra vez con la hembra a la que volvió a picotear y otra vez dio varios espolonazos de castigo, tal que en mi cabeza podía oír su desesperado lamento que parecía decir: «Mala pécora, ¿Por qué no me esperaste, con lo que yo te quería?…», y vuelta a intentar subir a la jaula, mientras mi pájaro mantenía el tipo y la pelea, así hasta cuatro veces, picoteó, espoleó y castigó a la infiel, tras lo cual quedó junto a ella para siempre, a los pies de su vencedor, que lo despidió con un casi inaudible y emocionado responso.

Tras unos minutos procedí a salirme del puesto y arrimándole a mi «Chico» el macho, al cual arreó unos fuertes picotazos de despedida, le susurre: «Esto de hoy no nos lo esperábamos ni tú ni yo», a lo que asintió con un picotazo en mis dedos y un suave dar de pie, antes de que lo tapara con su sayuela.

Después, cargado con los bártulos y al llegar a una cercana casilla, en la que tenia el vehículo, salió del tejado de la misma emitiendo un chirrido mi «amigo» el gavilán, al cual cuando se perdía en la puesta de sol, y con mi pensamiento dije: «Gracias gavilán, inusual aliado, tú que siempre me has dado más de un disgusto y echado tantas tardes a perder, por una vez los lazos del destino han hecho que sea justo lo contrario, que hoy tus correrías hayan ido en mi favor, aunque me temo que esto suponga que yo llevo el zurrón lleno y tú el estómago vacío, pero no te preocupes que mañana será otro día, y seguramente nos volveremos a ver».

Monté los bártulos en el coche, y mientras satisfecho me acomodaba, pensé que cada día me daba más cuenta de lo maravilloso que es esto, ¡bendita locura!, e inconscientemente apretaba el acelerador, ansioso por llegar a la habitual tertulia de todas las tardes, pues como diría Dominguín de Ava Gardner: «Esto hay que contarlo».

Enrique


Makis. Abril 2009.

martes, 23 de febrero de 2010

!coño que tiro le e "pegao" a la pasta¡



Lagartijo


Mi «cuñao» Manolo y yo hemos sido cazadores de pájaro desde chiquitillos, con el biberón en la mano ya sabíamos cuchichear y echar piñones, en nuestras casas había CAZADORES de los de antes, de los de salir al campo a ver qué me puedo traer para poner la mesa. Había tres hilos de perchas de cerda en el campo y doscientas costillas para los zorzales, había que repasarlas con aire, con agua o con lo que hiciera… por la noche los zorzales se vendían por pares casa por casa. La turca «Estrella», compañera inseparable de requerías, siempre aportaba algo: una liebre plomeada, un conejo que se entretenía, una perdiz que se había salido de un tiro, en fin, ayudaba. Cuando llegaba el verano hacíamos puestos para los patos en las garveras de garbanzos y los esperábamos de madrugada, las tórtolas en los rastrojos, las bandas de pájaros en los aguaderos… la vida de antes, el campo como medio fundamental de subsistencia.

Yo, como podéis imaginar, estaba deseando pillar vacaciones en el internado —después en la Facultad—, para venirme al pueblo a disfrutar de la libertad del campo y de los amigos; lo mismo daba una temporada que otra, siempre había algo que hacer y, si no, lo inventábamos.

En aquellos entonces nuestro campo tenía muchas tierras calmas que daban trabajo a muchas personas en verano y mucha vida a muchos animales, había muchos insectos y semillas de todo tipo, como consecuencia había perdices a destajo, por muchas que pilláramos no se acababan. Nosotros, mi «cuñao» y yo, todos los años criábamos unos pocos, sin embargo, al amigo Cayetano «esta tontería» no le gustaba,

—Será posible que tengáis paciencia para sentarse allí esperando a que venga un perdigón para pegarle un tiro «parao», mirando al de la jaula… y algunas veces… vamos algunas veces ¡hasta se va!

—Mira Cayetano que esto no es tan sencillo, que en vez de venir un perdigón parece que viene un toro, te pones nervioso y se va.

—¡Un cipote! Cómo se va a ir un perdigón parado a un olivo al triángulo. Eso le pego yo un tiro que no «quean» ni las plumas y, si el de la jaula quiere seguir cantando que cante y, si no, que lo deje…

—Pero hombre Cayetano, mira que…

—Nada, que le pego un tiro a un conejo en el hocico de los perros, lo hago una pelota y quieres tú que se vaya un perdigón en la jaula, vamos hombre, eso a «ustés» que no sabéis ni aparpar la escopeta, pero a mí… ¡a mí se me va a ir un pájaro!… vamos hombre.

A medida que el eterno debate se iba poniendo bueno, el tabernero —maestro en su oficio— iba llenando las copas y el vino haciendo su trabajo. —Pero bueno, tú has tirado alguna vez con una paralela —le digo yo.—Vicente vayas a darle a éste la escopeta que es capaz de matarte el de la jaula —dice mi cuñado Manolo.—¡Al de la jaula!, vamos hombre, al del campo si viene, que no vendrá porque el de la jaula será un mochuelo, le pego yo un tiro que se traga hasta el taco.—¿Tú estás seguro de eso? —le reta Manolo.—¡Que si estoy seguro!… me cago en… —A las tres y media en mi casa, yo me quedo en «las Pesebreras» y vosotros a lo alto «el Poyatillo», vámonos que no nos da tiempo ni de comer. Salimos cada uno para su casa; tomo un bocado a salto de mata, me echo al hombro al Roldano y la escopeta, encima les echo la pelliza; tiro para el Calvario y, como hacía siempre, dejo el pájaro detrás de la puerta, la pelliza encima del pájaro y la escopeta sujetando la pelliza. Echamos a andar camino adelante con la misma conversación que teníamos en la taberna, que si pitos que si flautas… —Yo me quedo aquí —dice mi cuñado Manolo—, como tires y se vaya el pájaro, te publico por todo el pueblo… Llegamos a lo alto del Poyatiyo y, en la misma plaza, estaba la collera de pájaros, se volaron para la cara del Cañalizo, pasando por encima de nosotros.—Anda Cayetano, que no es hermoso el bicho.—Como le dé por venir, que no vendrá, le voy a pegar un tiro que va a dormir la siesta en el humo.Nos pusimos manos a la obra y, en un momento, habíamos hecho un puesto perfecto con el ramón de la tala. Cayetano puso la tronera a su altura (él es grande), coloqué el colgadero donde él me dijo y, en la plaza, le puse una hermosa pasta, para que el del campo se subiera encima y que no le estorbara nada. En todo el rato de los preparativos, el pájaro del campo no había dejado de cantar y Cayetano, absolutamente novato en estas lides, estaba visiblemente nervioso. —¡Coñó, como venga, qué tiro le voy a pegar!—Venga, métete en el puesto que voy a colgar. Cuelgo al Roldano, pájaro ya consumado y de un gran nivel, retirándome de él, suelta un chorro de piñones, salgo corriendo y me meto en el puesto… —Carga la escopeta que ésto está aquí ya… —Sí hombre, meramente parece que lo tienes atado…En ese momento aparece el del campo. Cayetano se echa a la escopeta, tira de ella para atrás, para estar más cómodo…—No tires hasta que yo te diga.El Roldano estaba en posición de tiro, ala derecha en el suelo, y pico en el pastelillo… espérate, déjalo que se suba en la pasta… Cayetano, tiembla como un azogado… El campo se sube en la pasta y empieza a afilarse el pico en ella… ROLDANO quería comérselo… El campo se estiraza curriri–curriri… ¡ahora!…Sonó el zambombazo… Pioooooo…Mi amigo me mira por lo alto de la escopeta:—¡Coñó, qué tiro le «pegao» a la pasta!Para Cayetano, amigo de siempre.

La gran mocholada


José Antonio Romero

El «de Manué», como siempre lo conocimos todos aquellos que disfrutamos de sus fantásticos recitales durante su larga vida como reclamo, se lo adquirí a Manuel, el yerno de Natalio, el guarda de siempre de la finca «Las Mesas» de Gibraleón, por tres mil de las antiguas pesetas.

Debería correr el año 1984 cuando mi gran amigo y «secretario» de cacerías, José Trujillo, hombre fiel donde los haya y con una calidad humana fuera de lo común, me dijo un día:

—José Antonio, un compañero de trabajo tiene dos pollos y los quiere vender. Me he enterado y le he dicho que no los venda hasta que yo te lo diga y vea si estás interesado en ellos.

Dicho y hecho. Fuimos el sábado siguiente por la mañana a verlos hasta la población olontense con la idea de traerme el que más me gustara. Pero no fue así: no me traje el que más me gustó, sino el que menos.

Me explico:

Ya había enjaulado al que me gustó por ser el otro un poco «feucho, desgarvado» y bastante bravo, cuando Manuel me dijo:

—Te llevas el peor y dejas el mejor, te vas a arrepentir.

Aquello me dejó un poco pensativo y José terminó de hacerme un lío cuando, mirándome, me dice:

—José Antonio, haz lo que dice Manuel.

Como a José siempre le tuve y le tengo, a pesar de su ya dilatada edad, una gran confianza en sus «barruntos» e indicaciones, porque aunque nunca ha sido cazador, tiene un olfato y un sexto sentido que rara vez se equivoca, decidí volver atrás, pues ya estaba en la calle y traerme al «de Manué», nombre de guerra que tuvo a partir de este momento.

Por el camino de vuelta hasta Huelva, como solemos hacer en estos casos, fui soñando despierto con haber hecho la compra que siempre anhelamos cuando realizamos una nueva adquisición.

Pero… cuando llegué a casa y le quité la funda… La historia fue otra cosa.

—Lo que yo pensaba —me dije a mí mismo.

Saltos, alambreos, guitarreos… Y mi moral por los suelos.

Tras varios días con las mismas filigranas, decidí apartarlo de los tres o cuatro pájaros que tenía por aquellos entonces con la idea de que si no mejoraba, soltarlo y de camino que no pusiera a los demás como «motos».

Fueron pasando las jornadas casi con las mismas «buenas maneras» que había demostrado desde el principio. Así que decidí darle la libertad el primer día que fuera al campo. No lo había escuchado nunca pronunciar su nombre y siempre me recibía con sus «cariñosos saltos» y los no menos «suaves alambreos».

Pero un buen día, María, la hija de José, que se encargaba de cuidar a mis dos hijos, me dijo al volver del colegio:

—José Antonio, el pájaro que tiene usted apartado ha cantado muchas veces hoy, y ayer también.

Me dejó de piedra. No me lo podía creer, así que le pregunté:

—María, ¿estás segura? ¿No te habrás equivocado?

—No José Antonio, no me he equivocado, lo he escuchado y lo he visto.

—¡No me lo puedo creer! —pensé para mí—. El sábado o domingo lo probaré antes de soltarlo, no vayamos a meter la pata hasta donde dijimos, como suele ocurrir cuando nos deshacemos de un reclamo sin antes haberlo probado.

Recuerdo que aquel sábado, primero o segundo desde abrirse la veda de ese año, terminé de bolo, es decir, no toque pluma y mi hermano Juanvi le había tirado tres al de Burgos. Así que dándole una y mil vueltas a la cabeza, mientras intentaba dormirme, me decidí:

—Mañana cuelgo al «de Manué», salga el sol por donde salga.

Nos levantamos temprano, desayunamos la clásica «tostá» con ajo y aceite de oliva, al lado de la inseparable y reconfortante candela y preparamos cada uno todos nuestros bártulos. Me dirigí hacia donde estaban todos los reclamos y enfundé a mi elegido para aquella jornada matinal.

No se me olvidará que aquella mañana, con las primeras claras del día, era fría y húmeda, ya que había llovido bastante aquella noche, pero el astro rey empezaba a despuntar con una fuerza que casi presagiaba lo que allí iba a suceder y poco a poco iba eliminando aquellos tímidos bancos de niebla que levitaban sobre el encinar donde estábamos inmersos.

Fue en un puesto de monte que tenía hecho, ya que por aquellos entonces todavía seguía la tradición de nuestros ancestros, donde el «de Manué» debutaría conmigo. El aguardo estaba situado en una suave loma y camuflado por una mancha vieja de monte.

Después de amarrarlo bien, por si las moscas, dado su «apacible carácter», me fui retirando poco a poco para el aguardo tras quitarle la funda y palillearle un poco con los dedos, pero… ¡insólito! ¡Ni un salto, ni un alambreo, nada de nada! Aquello sólo era un pájaro pequeñajo y feucho, pero derecho como una vela en su trono de jaras salpicadas con unos entremezclados manojos de tomillos y jaguarzos.

¡Era para morirse! Poco a poco fue situándose y comenzó a recitar uno de los muchos y magníficos conciertos con los que me obsequió en su larga vida. Yo no cabía en el pellejo: reclamos hondos y pausados fueron entremezclándose con cuchicheos de una armonía inigualable y piñones que desarmaban a la mejor patirroja del contorno.

No tardó mucho en contestarle el campo. En el cerro de al lado empezó a retumbar un reclamo bronco y hueco que hacía presagiar que estábamos ante un buen «mihura», y que habría que torearlo lo mejor que se pudiera.A los pocos ninutos, un «pillo-pillo» seguido de un estruendoso aleteo me hizo pensar lo peor: un bando.

Y así fue: conté hasta quince.No sabría decir si el corazón se me salía por la boca o la sangre se me helaba. Lo cierto es que allí, en la plaza, ante los ojos del «de Manué» había más de una docena de pájaros y aquello era como para vivirlo, sin perder las composturas.

Mi reclamo se había quedado callado por momentos tras el «voletio» del campo, pero con una suavidad fuera de toda narración que podamos hacer los humanos y con unos piñones dignos del mejor beso de Ava Gardner, estaba acercándose a toda una legión de guerreros como si de ovejas se trataran.La manos me temblaban, intente varias veces hacer carambola, pero un nudo en la garganta y un intenso calor interior me impedían toda acción a realizar. Miré a José y… nada. Estaba blanco como la pared. No sabía qué hacer… Por fin decidí, como tantas veces había escuchado a los grandes aficionados, apuntar al «jefe bando» y así lo hice. En una de las vueltas, cuando reclamo y campero mantenían una dialéctica retadora ante los otros componentes del bando, apreté el gatillo.El estruendo del tiro hizo que todos los demás salieran volando o corriendo de la plaza. Sólo quedo el «macho vara», pero… dando unos botes que llegaban a la altura de la jaula.

—Me lo cargué como reclamo —pensé por momentos, aunque nunca más lejos de la realidad de mis elucubraciones.

Aquella imagen era una maravilla. Si más botaba el campero, agotando los últimos instantes de su vida, el entierro que le hacía el «de Manué» iba creciendo en antología. Parecía que había ensayado aquel episodio mil veces: curicheos inaudibles y piñoncitos enamoradores de la viuda más esquiva, hacían que el resto empezara a desfilar unos tras otros como si fueran corderitos. Cada nuevo estallido era otra repetición del acto anterior, pero con una diferencia: quedaban secos ante su señor.

No quise hacer mucha sangre y una emoción inusitada me inundaba de tal forma que lo único que deseaba era llegar a la casa y contarle la historia a mi hermano y a los otros compañeros. ¡Seguro que no se lo creían! Salí del puesto y tras toser para que se retiran sin volar los que habían quedado, fui recogiendo del suelo las víctimas de aquel «atentado» y se los acerqué al rey. Por detrás de mí solo escuché a José decir: ¡Olé tus cojones! Me fui acercando con tranquilidad a mi reclamo, pero ya no era el mismo. «Sus botecitos sin malicia», como decía Pedro, me recibieron como lo seguiría haciendo por los restos de su vida.

Años tras años, mi hermano Juanvi, mis primos Jerónimo y Vicente, el compañero y amigo Raimundo, mi hijo Pablo (llegó a colgarlo con nueve años acompañado por el amigo José y le tiró tres pájaros), mi sobrino Rubén y hasta Pedro, gran jaulero de Tharsis, disfrutaron con sus excelencias.

Pero… podría tener siete u ocho celos cuando dio su único y «gran recital», si así lo podemos calificar. Era el último día de cuelga de aquel año. A mediodía, me había enterado que el arrendatario del coto de al lado y «sargento de hierro» a la hora de vigilar las lindes, no estaría en la finca en la jornada vespertina. ¡Ni me lo pensé! Por la tarde me fui a colgar casi en donde dijimos…Aquello era un gallinero: hembras cantando por aquí, machos por allí… Recuerdo que José llevaba la cara descompuesta y desencajada. Las parejas volaban una tras otra a nuestro paso.

Pronto dimos con el sitio, ya que no era el momento ni el día más adecuado para buscar el colgadero idóneo, José se puso a tapar el portátil mientras yo apresuradamente arreglaba la plaza y preparaba el farol.Rápidamente se metió José en el puesto y lo primero que hice mientras caminaba hacia el aguardo tras desenfundar el pájaro fue contar los cartuchos que llevaba porque aquello tenía pinta de ser algo para nunca olvidar.Me acomodé con el banquillo en el puesto, cargué la escopeta y la situé en la tronera, pero… ¡Qué raro! ¡Sólo se escuchaba el campo! «El de Manué» estaba mudo.

Fue pasando el tiempo de una forma interminable, mientras la garganta se me resecaba cada vez más. Yo miraba a José y él me miraba a mí, sin que ambos diéramos crédito a lo que estaba pasando.Con esta «singular e impropia alegría» que teníamos, fueron pasando los minutos y así hasta que empezó a caer la noche, esperando que cambiara la situación, como tantas y tantas veces suele ocurrir. Pero nada… Ni abrir el pico. No era el día que él había elegido para dar un puesto de diez.¡Alguna vez tenía que ser!

«El de Manué» murió con catorce años y, desde los nueve o diez, tenía artrosis en las patas. No se podía poner de pie. Pero aun así, su disminuido estado físico nunca le impidió ser un gran reclamo y darme muchos días de gloria y muchas horas para poder contar sus grandezas. No era la tipología que tantas veces relatamos y escuchamos del pájaro de bandera, pero sus inmensos recursos con las montesinas hacían de él un reclamo con el que soñamos todos los pajariteros.Fue la tarde de un Día de Reyes cuando dejó de existir.

Está enterrado en un majano de piedra en la finca «Los López» de la Puebla de Guzmán (Huelva).A mi mujer, humilde y sufrida consentidora de todos los abusos que cometemos los aficionados a la jaula.


P.D. Es mi primer escrito como relato de caza, ya que ni nunca lo he intentado con anterioridad ni soy Miguel Delibes con la pluma. Pero creo que a este gran reclamo le debía, como muy poco, ésto; para gloria de su inmensa calidad y por darlo todo para mi satisfacción personal como dueño.

lunes, 22 de febrero de 2010

Un reclamo de bandera:"Facultades"


Al abuelo Vicente, gran jaulero y hombre cariñoso donde los haya con sus nietos, que sembró en mí la semilla de esta gran afición que es “La caza de la perdiz con reclamo”.

Este nombre de reclamo es el primero que quedó inscrito en mi memoria porque con él eché los dientes como “ayudante” de cazador al lado de mi abuelo Vicente y porque lo vi en tantos puestos de sobresaliente, que difícilmente se borrará de mis recuerdos.

La belleza de su estampa física, su mansedumbre y los variados recursos musicales que utilizaba para atraer a sus congéneres hacían de él el clásico pájaro que a su dueño se le hace la boca “oro” cuando habla de sus reclamos.

El abuelo se lo había cambiado, creo recordar, por una pareja de pavos a un pastor, que dicho sea de paso, el cuido y las atenciones que le dispensaría no serían las más adecuadas, porque como yo le escuchaba muchas veces en sus múltiples relatos, cuando se produjo el trueque y se lo llevó para casa, su presencia dejaba mucho que desear. Aun así, desde que lo vio la primera vez, supo que dentro de aquel pollo sin espolones, plumas erizadas y delgaducho, había un gran reclamo.

Cuando lo conocí, debería tener la edad mía de por aquellos entonces: siete u ocho años. Me contaba el abuelo que le puso “Facultades” porque el repertorio de cantos, tonos, temperamento y gestos eran tan variados y atractivos que pocas patirrojas consiguieron escapar a sus “arrullos” y “encantamientos”; y aun más, como él decía:

—Viuda que lo escuchaba, viuda que dejaba el luto e iba en su busca antes que cantara un gallo.

Recuerdo, incluso haber ido en camisa a colgar en el mes de octubre, y terminar de la misma forma a final de marzo sin signos de haberse pasado de celo. Su excelente trabajo no sufría alteración durante los seis meses que por aquellos tiempos (finales de la década de los cincuenta) duraba la caza del reclamo y máxime cuando el tiempo acompañaba, que era casi siempre, y la densidad y valentía de nuestras perdices estaba fuera de toda duda.

Todavía tengo en mi retina aquellos días cuando el abuelo no quería llevarme a colgar porque estaba la mañana o la tarde lluviosa. Cómo aquellas horas se me hacían interminables hasta que lo veía aparecer montado en su burro “Platanero” y salía corriendo a su encuentro para preguntarle:

—Abuelo, ¿cuántas has matado?

Pues aunque todavía no había cumplido los diez, solo tengo que cerrar los ojos y retroceder cincuenta años para que en mi memoria esté grabado a hierro y fuego aquel puesto que dimos en “La Era”, en el olivar de “La Atalaya”, la finca de los abuelos, una tarde al final de las navidades de aquel año, cuando yo estaba de vacaciones del “cole”.

El viejo puesto de monte estaba aculado sobre un vallado que formaba la linde con la finca contigua. A un lado había, y hay hoy día, un olivar que en aquellos tiempos tenía salpicones de monte y algún que otro zarzal, lo que hacía de él un lugar idóneo para las montesinas. Por el otro, todo era encinar y monte bajo de jaras, tomillo, cantueso, jaguarzo blanco, aulagas… El matojo o farolillo formaba parte de un viejo tronco de olivo camuflado por sus renuevos o “chupones” y todo el conjunto estaba ubicado en una antigua era que habría sido utilizada con tal por nuestro antepasados.

Como el puesto no distaba demasiado de la casa del campo, y no había que arreglarlo mucho, porque ya había sido “remendado” con anterioridad varias veces aquella temporada, el abuelo cogió a “Facultades”, me lo colocó sobre mi espalda con unos ganchos que había hecho especialmente para mí, cogió su vieja “Jabalí”, sus cartuchos recargados del “mirlo” o “galgo” de cartón y me dijo:

—Niño: vamos “palante” y ten cuidado con lo que llevas en la espalda.

El recorrido que separaba la casilla del puesto, no más de un kilómetro y medio, era para mí como caminar hacia la gloria. Iba a donde me gustaba y encima llevaba a mis espaldas nada más y nada menos que a “Facultades”, el fenómeno de mi abuelo.

Aquella tarde tendría que ser apacible, sin viento y bastante sol, porque recuerdo que el abuelo por el camino, me decía:

—¡Qué buena tarde! ¡A ver si tenemos suerte y tiramos unos pocos!

Cuando llegamos a los dos viejos eucaliptos, comienzos del olivar, el abuelo se paró un rato para tomar un poco de aire, y además ver si escuchaba el canto de alguna perdiz por el entorno. Tras el pequeño descanso, acometimos la cuesta arriba que nos conduciría al puesto.

Una vez en la era, el abuelo un poco fatigado y con la tosecita clásica de los fumadores empedernidos, apoyó la escopeta sobre un olivo y se sentó sobre el troncón de otro mientras repasaba visualmente la plaza y el aguardo de monte. Tras unos segundos de merecido y reparador descanso, para una persona de su edad, ya debería rondar los setenta, me ordenó:

—Niño, tráeme un poco de tomillo de aquellas matas, mientras yo arreglo el matojo.

Con mucho cuidado fui cortando, como otras veces, unos rebrotes nuevos que le servirían para arreglar la tronera. Él, mientras tanto, siguiendo con el ritual de siempre, preparaba el trono de “Facultades” hasta transformarlo en una verdadera obra de arte. La vieja cuerda de torvisca, planta cuya envoltura o piel se utilizaba para amarrar diferentes cosas, había quedado invisible tras taparla con brotes de olivo entremezclados con ramitas de jaguarzo blanco.

Tras terminar con el matojo, se dirigió al puesto y fue introduciendo los rebrotes que yo le había cortado en el manojo de jaras horizontales que había en el frontal y que le serviría de apoyo para la escopeta. Una vez terminado la tronera de forma triangular, fue tapando algunos claros que se habían producido en el puesto al secarse el material con que se construyó y con ello hacer caso al refrán de que “el que tapa, mata”.

Cuando hubo finalizado todo, no sin antes darle varios repasos, me mandó meterme en el puesto mientras él afianzaba al reclamo en su pedestal.

Lo amarró con mis ganchos, le volvió a poner unas matitas alrededor de la jaula y acto seguido le quitó la mantilla (sayuela). “Facultades” ya le estaba dando las “buenas tardes”, mientras él le hablaba en tono cariñoso.

Lentamente se fue retirando hacia el puesto y al llegar a él, tuve que ayudarle, como ocurría siempre, a echar la pierna por encima de la vegetación del aguardo, porque la cosa no estaba muy buena de “pataje”. Observó el papel de fumar que le solía poner en el punto de mira, metió la escopeta por la tronera e introdujo el cartucho en la recamara, ya que ésta era de un solo cañón.

Mientras se sentaba en una de las dos viejas piedras que había en el puesto de toda la vida y darme a mí la mantilla para que me sirviera de asiento encima de la otra, “Facultades”, después de sacudirse el plumaje y afilarse el pico varias veces sobre la piedra de la jaula, ya estaba pregonando por alto que allí estaba él. Con una maestría inigualable fue entremezclando su amplio repertorio de cantos en espera que algunas de las perdices que debería haber por los alrededores, “le tomara la palabra”.

No habrían pasado diez minutos, cuando en el collado de enfrente, un macho, seguramente viejo por la fortaleza de su reclamo, empezó a comunicarle que lo había oído y que estaba dispuesto a entablar batalla porque el territorio que pisaba, le pertenecía. “Facultades”, sin dejarse intimidar por los toques de atención que le enviaba aquel “macho vara”, siguió con su productivo trabajo, cuando un “picho, picho, picho…” sirvió para indicarle que su retador venía a pedirle explicaciones. Durante los segundos que duró el “voletio”, el “go go go…” de la jaula ya le había hecho saber a quien se consideraba dueño de la zona, que no existía miedo y que allí lo esperaba.

Inmóvil, dando de pie con la suavidad que le caracterizaba, “Facultades” le dio la bienvenida al macho campesino, que con su plumaje erizado y en “son de lucha”, se dirigió a toda velocidad hacia el reclamo. Era la toma de contacto inicial para ver quien achicaba a quien, pero el que estaba sobre el atril, en señal de dominio, lo recibe con un suave cuchicheo y picoteando de vez en cuando la esterilla. Mientras, el campero daba una y otra vuelta alrededor del tronco del olivo, solo interrumpidas por el picoteo que realizaba de vez en cuando sobre una piedra en señal de intimidación

El abuelo, guiñándome el ojo y haciéndome gestos con la cabeza para que presenciara la escena, se acercó a la escopeta, la apoyó sobre su hombro y… ¡Booom! Sólo se escuchó a “Facultades” cargando el tiro, mientras el macho había quedado hecho un taco, casi pegado al matojo. Durante un buen rato estuvo dando de pie con una suavidad tal que había que aguzar mucho el oído para escucharlo. Luego su tono subiría porque más o menos a la falda de donde nos encontrábamos, empezó a dar señales de vida una hembra primero y poco después un macho lo que nos hizo suponer que se trataba de una pareja.

“Facultades” volvió a afilarse el pico y comenzó de nuevo a predicar a quienes le escuchaban. Macho y hembra apeonando, iban acercándose por la cuesta que nosotros habíamos subido antes. De vez en cuando, la hembra soltaba varias reclamadas atraída por el encanto de quien desde arriba la piropeaba, mientras su compañero, quizás un poco celoso, le reñía con continuados saseos.

El abuelo ya había liado y consumido varios cigarros y empezaba a preocuparse porque la tarde iba cayendo de manera inexorable y él no era un lince a la hora de apuntar. Mientras, yo, que de oído estaba bastante mejor que él, le hice señas porque después de una prolongada callada del campo, había percibido la presencia de la pareja casi a nuestra espalda. El reclamo, que también las había detectado, empezó a darle la bienvenida con un suave cuchicheo, que hizo que la hembra le contestara con unas embuchadas. “Facultades” utilizando su gama de recursos le dedicó unos piñoncitos y en cuanto la hembra dio la cara por la derecha del puesto empezó su peculiar picoteo de la esterilla, cosa a la que no se pudo resistir y arrastró tras sí a su pareja.

El macho dándose cuenta de la situación y queriendo tomar las riendas de la misma, empezó a dar de pie a la vez que se dirigía con las plumas levantadas hacia la jaula. La hembra, piropeada por el titeo “Facultades” picoteaba el suelo en señal de sumisión. El abuelo que había estado esperando la ocasión de disparar y la tenía apuntada desde hacía unos segundos, apretó el gatillo en cuanto se separó un poco del matojo. El macho arrancó de la plaza con potente vuelo, mientras la hembra pataleaba débilmente consumiendo los últimos instantes de su vida. “Facultades” cargaba el tiro sabiéndose vencedor de aquel lance y esperando culminarlo con quien había abandonado la plaza temporalmente.

No tardó mucho el campero en llamar a su hembra, pero ahora se encontró con la callada de la jaula por respuesta. Así, que en un último intento de encontrar a su pareja, apareció de nuevo en la plaza subiendo el tono de su canto en señal de imponer su ley. “Facultades” lejos de amedrentarse se agarró con el comunicándole con su cuchicheo y suave piñoneo que allí el rey era él. Poco más pudo escuchar, ya que el estampido de aquel recargado “mirlo” hizo que quedara sin mover una pluma.

“Facultades” cargo él tiro con su melodioso y suave curicheo, luego, poco a poco iba subiendo los decibelios de su canto por si alguien más de aquella zona estaba dispuesto a entablar batalla o dar señales de enamoramiento.

Como la tarde comenzaba a caer y el frío empezaba a adueñarse de nuestras piernas, y sólo se escuchaba el canto lejano de alguna perdicilla, posiblemente viuda que se resistía a pasar la noche en soledad, el abuelo carraspeó un poco con la garganta y se levantó hablándole cariñosamente a su pájaro.

Le ayudé de nuevo para que pudiera salir del puesto. Una vez fuera, recogió los dos machos y la hembra de la plaza y se los acercó al reclamo para que se recreara con ellos. “Facultades” los picoteó varias veces y les cuchicheaba con una suavidad casi imperceptible. Mientras tanto, yo observaba todo lo que el abuelo hacía en los momentos finales de aquella maravillosa tarde.

Tras enfundar al reclamo, me lo volvió a colgar de mis espaldas, se dirigió de nuevo al puesto para recoger la escopeta, que ya había descargado con anterioridad, se guardó las vainas en el bolsillo de la pelliza y tras darme uno de los machos camperos para que lo llevara, me dijo:

—Niño: vámonos, que se está haciendo de noche y la gente estará empezando a preocuparse.

"Oritos" los podencos que dejaron de serlo.




Quizá por ser pocos y estar presentes en zonas muy concretas de Andalucía, los llamados “podencos oritos” no fueron reconocidos como podencos andaluces y casi terminan extinguiéndose. Ahora, algunos cazadores que nunca les dieron de lado por su valía en la caza del conejo, quieren que la canina los reconozca como una nueva raza española.



José Ignacio Ñudi

En el argot ganadero se llama “orito” al animal, incluido el perro, que mantiene en su capa negra o marrón chocolate reflejos de fuego, dorados, de “oro”. Los defensores de estos perros, que siempre han existido en Andalucía, también ven en la palabra orito, de oro, un sinónimo de valor, de calidad.Cuando se inician los trámites para reconocer oficialmente al podenco andaluz como raza española la variedad de capas y tamaños era amplia, incluso en determinados lugares existían ejemplares muy oscuros, negros incluso, a los que los lugareños siempre llamaron “oritos” y que eran sumamente eficaces para desalojar a los conejos de aquellos lugares en los que otros perros no entraban.Pero por las razones que sean, estos perros, estos podencos color chocolate o negro fuego, fueron excluidos del estándar del nuevo podenco andaluz. Esta exclusión, en un mundo dominado por la estandarización que imponen las razas y los pedigrís, significó para los oritos una condena a muerte. El orito “ya no era un podenco” y muchos cazadores empezaron a dejarlos de lado.Algunos románticos. Sin embargo, siempre hubo cazadores y criadores inconformistas con aquella decisión y siguieron cazando y criando con ellos y por tanto conservándolos, los mismos que han fundado la Asociación Nacional del Podenco Orito Español para reivindicarlos y que sean reconocidos como raza española por la Real Sociedad Canina.

Uno de sus más fervientes defensores es Gaspar Jiménez, cazador de toda la vida, criador y adiestrador de perros de muestra (pointers, setters y bretones), aunque siempre tuvo oritos para cazar el conejo.Con él he quedado en un coto de Osuna, en la provincia de Sevilla, para verlos cazar y hacer este reportaje. Es el último día de caza del conejo en Andalucía y ya me advierte que apenas quedan en el cazadero. El día está triste y llueve a ratos.Su pasión por estos perros viene de muy atrás, desde antes de que tuviese permiso de armas. Se inició en la caza, de morralero, con los podencos que le había criado a una perra en un cortijo abandonado. Casualmente estos perros eran oritos y magníficos para la caza: “Echaban muchos conejos y aunque en los primeros años apenas les daba con la escopeta, ellos me cogían bastantes a diente. Nunca faltaban conejos en mi casa”, me cuenta.Sin duda aquellas primeras cacerías con aquellos perros que tanto le dieron en todos los sentidos marcaron para siempre su preferencias caninas a la hora de cazar conejos, y nunca dejó de criar oritos. Y cuando éstos dejaron, oficialmente, de ser podencos, se convirtió en uno de sus más fervientes defensores: “Con el reconocimiento del podenco andaluz como raza se comete un grave error, y es no tener en cuenta los podencos autóctonos de diferentes zonas. El orito siempre estuvo presente en las riberas del Genil (Granada) y del Guadalhorce, en Málaga, porque eran los mejores para desalojar a los conejos en esas condiciones tan extremas de maleza y humedad.La primera puntilla para los oritos llegó tras la popularización de la llamada caza deportiva, lo de cazador, perro y escopeta. Los oritos son perros muy punteros, los mejores para cazar a diente los conejos, y no siempre mantienen la distancia con la escopeta, de modo que los cazadores comenzaron a cruzarlos con otros podencos buscando acortar esa distancia. La seguna puntilla, casi definitiva, le llegó al no ser admitido como “podenco andaluz”, me cuenta Gaspar.Al parecer, cuando se tramitaba el reconocimiento del podenco andaluz como raza, sus promotores se encuentran con un escollo, y es que el podenco portugués, que ya existe como raza desde 1954, puede tener la trufa negra y pigmentación negra en su capa, de modo que la Federación Cinológica Internacional le dice a la Canina que ya existe un podenco ibérico con pigmentación negra, de modo que se desecha todo podenco que no tenga la trufa color carne y mantos canelas y blancos. Un inmenso carrizal. Hemos llegado al coto, un mar de olivos y tierra de labor atravesado por una ancha vaguada cuyo cauce está cegado por espesos carrizales. Éste cauce, de varios kilómetros, será nuestro único cazadero.Gaspar se equipa con un chaleco de caza, su paralela y abre el portón trasero de su furgoneta habilitada para transportar un gran número de perros. Hoy todos son oritos y saca los tres primeros que en poco tiempo ya están removiendo los carrizos. Sin duda, por su morfología y actitudes, son podencos, pero distintos, y guardan entre ellos un gran parecido racial.Gaspar está convencido de que el orito es el ancestro de todos los podencos existentes en la Península Ibérica. “Es un podenco a todas luces, perfectamente proporcionado, levantador y acosador nato. Se adapta a cualquier terreno, por duro y húmedo que sea, y se crece en la adversidad. Allí donde otros perros no entran, el orito llega”.Iniciamos la marcha remontando la vaguada. Los perros entran y salen de los carrizos con entusismo y alegría, pero los que no aparecen son los conejos. “Ya te dije que apenas hay. Les hemos quitado muchos a este carrizal y los que quedan, como además el campo está tan seco, se meten en las madrigueras y no salen”.Ahora escuchamos latidos dentro del carrizal y a los pocos segundos sale una liebre muy acelerada con los perros detrás latiendo como posesos hasta que liebre y perros desaparecen en el olivar. “Éste es también un coto galguero y las liebres usan los carrizales como perdedero y refugio”. En los siguientes minutos dos liebres más, que no puede tirar por estar reservadas a los galgueros, son desalojadas de la maleza, pero los conejos brillan por su ausencia.Según Gaspar, los oritos se cazan haciéndoles pequeñas posturas, siendo el cazador quien remata el lance, aunque muchos conejos los cogen los perros. Por esta misma razón, reconoce que hay zonas, de orografía llana, poca maleza o masificación de cazadores, donde los oritos no encajan por “un exceso de potencia”: “Como tienden a alejarse, acosan tanto a la caza y la laten, cualquier otro cazador que merodee por la zona se aprovechará de ello, y eso no le gusta a nadie”.Comienza a llover con más alegría y volvemos a la furgoneta para sacar nuevos perros y regresamos al carrizal. Ahora toca buscar hacia la izquierda. Los perros, como una jauría perfectamente organizada, entran en los carrizos, salen, vuelven a entrar, pero seguimos sin levantar un conejo.Algunos parecen ya aburridos ante esta ausencia de caza, pero otros, los más viejos, siguen buscando inmunes al desánimo. “En monte cerrado, de zarzas, o allí donde otros perros no entran por exceso de barro, agua, espinos, etc, el orito no tiene sustituto. Bueno, el orito y esos otros podencos que tienen sangre orita. Porque hasta la fecha nadie me ha podido demostrar que un podenco puntero de verdad, de zarzas, de castigo, aunque no sea de color orito, no tenga antepasados oritos. Si hay perros magníficos y todos llevan sangre orita, digo yo que habrá que criar oritos, no sucedáneos”.Llevamos una hora caminando por la orilla de la vaguada, que se estrecha o se abre caprichosamente a lo largo de su recorrido, y ante el panorama tan desolador decidimos volver al vehículo. Los perros, debido a la lluvia y por el roce con la maleza mojada, están empapados y a la vez preciosos. Volvemos por la misma orilla hablando más que cazando, aunque los perros siguen buscando, yo diría que turnándose.Aptos también para la mayor. “¿Qué tal estos perros para la caza mayor?, le pregunto a Gaspar. “Son perros muy valientes –responde–, muy entregados, que se utilizan fundamentalmente para la caza del conejo, pero yo los he visto cazar muy bien la perdiz en terrenos de maleza, que cobran muy bien de ala; son también alimañeros y con el jabalí te puedo decir que una de las mejores rehalas que he visto ha sido la de Pedro “El Loco”, de Villanueva de Algaida (Málaga), basada en oritos de talla media. Donde iba sacaba jabalíes porque los buscaban en los sitios más intrincados y los acosaban hasta echarlos de los encames”.
De repente una latido corrido, frenético, nos pone en guardia, hasta que en un clarito de la vaguada, en un visto y no visto, aparece un conejo seguido por uno de los perros. Con rapidez y habilidad, casi adivinándolo, Gaspar le echa un tiro decisivo.Al latido de alerta el grupo se ha movilizado como un comando de acción directa. Son varios los que llegan al conejo y lo muerden casi todos, pero es uno el que lo trae raudo a su dueño. Pero cuando Gaspar va a meterlo en el chaleco de caza otro latido nos indica que otro conejo se ha corrido muy cerca del anterior. Nos preparamos pero a los pocos segundos escuchamos chillar al conejo, lo han cogido, y al rato Gaspar se encuentra con dos conejos en sus manos. Se ve que algunos han debido abandonar sus encames con la agüilla que, sin ser mucha, no ha dejado de caer durante toda la mañana y sus rastros nuevos no están pasando desapercibidos a los perros.Carácter primitivo y rasgos armónicos. El orito posee un carácter primitivo, y tiene, como dice Gaspar, “una época muy tonta” entre los seis y los doce meses, en la que incluso llega a desafiar a su dueño. Pero luego madura y da un cambio radical, y una vez que se hace a su dueño y cazan juntos, son muy dóciles y obedientes. “Ahora bien, si el cazador no los saca mucho al campo y no les mata caza, no existirá esa compenetración”.Viendo cazar a los oritos, podencos al fin y al cabo, le pregunto a Gaspar cuáles serían las diferencias principales con los otros podencos. “Todos los podencos, el ibicenco, el canario, el andaluz, el cirneco, el portugués, presentan orejas enveladas y parecidas proporciones craneofaciales y morfológicas, pero el orito es un perro “muy acondicionado” para terrenos muy difíciles, con mucha maleza y humedad, y de hecho tiene un subpelo que le protege, su piel es más dura y sus rasgos morfológicos y craneofaciales son muy armónicos”.Según me cuenta, en las mediciones que está llevando a cabo el equipo de Mariano Herrera, de la Universidad de Córdoba, sobre 115 perros oritos censados, la perfección racial “es asombrosa”. El 94 por ciento de las hembras tendrían una morfología ideal para el trabajo que desarrollan, aunque en los machos este porcentaje baja al 76 por ciento, lo augura un buen futuro a estos perros.Un poco más adelante los perros levantan otro conejo, que apenas ha dejado verse. Gaspar le ha metido bien el tiro. Creemos que va tocado y que los perros no tardarán en agarrarlo, pero no dan con él, señal de que no ha cogido plomo. Bueno, uno más que queda para criar.Al cabo de un rato y sin que ningún conejo más diese señales de vida, llegamos a la furgoneta. Los oritos son podencos hasta para recogerlos. Ninguno quiere volver a las jaulas y se esparcen remolones entre los olivos. Gaspar los va llamando y poco a poco se van dejando coger sin mucho entusiasmo. Algunos traen la cara y las orejas castigadas por las espadañas.La Asociación Nacional del Podenco Orito Español ya ha contactado con el delegado de Razas Españolas de la Canina y celebrará una concentración a principios de mayo en la próxima Feria del Perro de Archidona (Málaga). Allí los oritos presentes tendrán, presumiblemente, un reconocimiento provisional como raza española.